martes, 18 de septiembre de 2012

¿Se acabó la Serie Nacional?

La anterior estructura demostró gustarle al pueblo
Pongo a disposición de ustedes el comentario de la colega Elsa Ramos. La buena amiga plasmó mi sentir por la nueva estructura de la serie nacional.
   

Esta es, apenas, una opinión más de las miles que por estos días hacen arder a Cuba a propósito del anuncio de una nueva estructura para la Serie Nacional de Béisbol en su versión 52.

Veamos las dos caras. Lo primero es la lógica exclusión de Metropolitanos, un sinsentido que viró patas arriba la pasada campaña. Lo otro es la implantación de un todos contra todos “de verdad” y más justo, algo que ya existía a pesar de la división por zonas para definir clasificados, una variante que, no obstante, dotó de rivalidad y expectativa a nuestra pelota.

El aspecto más neurálgico, desde mi perspectiva, es la limitación de la fase clasificatoria a 45 juegos y una segunda de 42 para los ocho más ganadores, que por demás parten de cero. Ello evitará ver en play off a un equipo con menos victorias que uno de los excluidos. Otro punto rojo resultan los refuerzos a partir de “los que se quedaron”, lo cual convierte a la Serie Nacional en otra cosa.

Vayamos por partes. Sin hablar de las estadísticas, que nadie sabe cómo contarán, romper una estructura que, con todo y sus manquedades, funcionó para el espectáculo como ninguna otra obviamente supone un riesgo.

Reconozco que la variante obligará a los conjuntos a jugar al “full” todos los días para conseguir un boleto. Mas, cualesquiera que sean las “víctimas”, lo cierto es que casi 200 peloteros están condenados a jugar solo 45 días  y con ellos las provincias a las que pertenecen. Si se plantea que el pelotero solo se hace jugando, ¿es esta una propuesta a favor o en contra del desarrollo? Los no elegibles, ¿se reincorporarán al trabajo, a los entrenamientos o serán declarados “disponibles”?


¡Cuidado! Con el cierre de esos estadios por casi 10 meses se pueden apagar no solo sus luces; puede apagarse la mitad del país o quizás más. ¿O alguien pensará que cuando se elimine a Camagüey, por citar un ejemplo, los habitantes de aquella provincia sintonizarán por miles a Industriales? Para la afición de la isla lo más importante no es tal vez aspirar a clasificar, sino llenar un estadio para seguir a su ídolo Michel Enríquez. En medio de las carencias recreativas en que está sumido el país, ante la creciente decadencia del deporte-espectáculo, la Serie Nacional es la única capaz de arrastrar miles y tal vez millones de personas.

No hablo de estadios que a veces no se llenan por la “conspiración” de los horarios vespertinos, los desmanes de un loco calendario como el de la serie anterior, o por la insuficiente pasión con que juegan algunos peloteros. Me refiero a quienes la siguen por las trasmisiones radiales o hasta de oídas. La pelota ocupa el tiempo y sobre todo la mente de la gente, aunque sea para comentar el último out del partido reciente, para seguir al líder jonronero o criticar la jugada más polémica. Hace vivir, conmina a tertulias y hasta hace olvidar, al menos por unas horas, algunas de las angustias cotidianas del cubano: la subida de los precios, la guagua que no pasa o la frazada de piso que se pierde.

¿Qué queda entonces para el cañero que con la mística del último jonrón anima su cansancio bajo el Sol o para la ama de casa que cocina a la par de la última jugada, por solo citar dos polos del ajiaco de aficionados al béisbol

¿O alguien aspira a regir desde reglamentos y disposiciones el gusto de la gente que suda y siente por su pedacito, por pequeño que sea?

Sobre el tema de los refuerzos, ¿quién garantiza el rendimiento posterior de los “cinco excluidos” después que, aunque sea desde el banco, decidieron la clasificación de su elenco? ¿O de los cinco que irán a la banca, pues los directores están obligados a darles plaza efectiva a los refuerzos que pidan? Santa democracia. ¿Qué tan felices o conformes podrán sentirse los aficionados espirituanos o pinareños si su título llegase de la mano de un “prestado”? ¿Los elegidos jugarán con el corazón por la camiseta impuesta o para encandilar a los técnicos a fin de hacer el grado en el Cuba?

Tratar de complacer a una nación donde cada habitante se cree con la verdad absoluta en cuestiones de béisbol es poco menos que imposible. Directivos y técnicos deben ser lo suficientemente capaces para, sin desconocer la opinión pública, llegar a la solución más viable. Y si no lo son, deben tener la humildad de ceder sus puestos a quienes tengan la capacidad que se requiere para ello.

Y ya que están de moda los términos, valga una precisión: los destinos del “patrimonio deportivo de la nación” son demasiado serios como para que la Federación Nacional de la disciplina recorra el país con el argumento de sopesar criterios cuando al parecer ya todo estaba cocinado.

La Comisión Nacional, ¿se peina o se hace papelillos? O arriesga todo por una medalla que, además, debe ser siempre de oro si intenta acallar detractores, o defiende su principal espectáculo.

Si estuviese convencida de que con estos cambios nuestro béisbol restañaría sus manquedades, no dudaría en levantar ambas manos.

No será con parches internos que elevaremos calidad. Seguiremos cocinándonos en nuestro propio caldo, sin una proyección internacional que nos inserte en un béisbol superior, que no es sinónimo de un título en Holanda. El ejemplo más reciente lo aportó el Primer Mundial sub 15, en México, donde tampoco obtuvimos el oro pese a la ausencia de elencos de Estados Unidos, Corea del Sur, Japón y Australia.

¿Qué tanto se elevará el techo de la pelota cubana si con concentración de calidades incluida no se ha extirpado ni la falta de entrega y de pasión en los protagonistas ni el egoísmo de querer brillar cada quien por su lado?

No es con cambio de estructuras que lo lograremos. Las cojeras de nuestra pelota comienzan desde la base, cuando fallan cuestiones básicas como un bate, un guante o una alimentación decorosa; les falta carácter a la Liga de Desarrollo y a los campeonatos nacionales de las categorías inferiores; las captaciones no ahondan en todos los parajes en busca de mejores talentos y estos se fuerzan, algunas veces, por el sociolismo o la complacencia; sin obviar ciertas tentaciones que incentivan la fuga de talentos.

Tampoco será elevando el precio de entrada a los estadios que esa atención se hará efectiva, mucho menos cuando algunos hasta lo piensan para regalar sus centavos por un espectáculo que no cubre sus expectativas.

Al béisbol cubano le falta un techo, pero no es este de guano que ahora se nos propone. Más bien le faltan cimientos. ¿Por qué no pensar en una selectiva con cualquiera de sus variantes? Para ello habría que despojarse del miedo al riesgo sin aspirar a que se parezcan a aquellas antológicas que compitieron en ardor y hasta superaron la Serie Nacional.

En todas las ligas del mundo existe un Mayabeque, un Isla de la Juventud, un Camagüey y también un Industriales. Que me disculpen, pero el arraigo, la sangre y el amor no se pueden regir por decretos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario