Por Elsa Ramos
Tras el hervidero de la versión 52 de la Serie Nacional de Béisbol llega la calma, al menos aparente. A la hoguera de la polémica entra ahora la catarsis sobre lo que dejaron estos meses de tensión, alegría y discusión.
Las primeras castañas al fuego las arroja la estructura probeta. En principio, afirmar que cumplió su objetivo de elevar el techo de nuestro béisbol sería poco menos que irresponsable. No lo creo en tanto réplica de males crónicos como el no siempre justificado toca-toca, la carencia de robadores y otras opciones ofensivas.
Cabría definir si la campaña despejó dudas o enfatizó sentencias en torno al pitcheo, sobre todo de relevo. Aunque fue el ejemplo más catastrófico, la debacle del pitcheo espirituano en el partido final ante Matanzas no fue la única muestra de carencias, si no remitirse a la agonía de los propios yumurinos, de los industrialistas, isleños y de los ocho “excluidos”. Agréguele la inconsistencia de los abridores, pues, exceptuando las galácticas salidas de Fredy Asiel Alvarez y Noelvis Entenza, en los finales los demás conjuntos no siempre tuvieron dónde buscar un hombre seguro.
Entremos en los refuerzos. ¿Qué dejaron? Lo más importante fue hacer más visibles y darles más juego a figuras que lo necesitan. Fuera de ello, ¿necesitaba Manduley jugar con Villa Clara para mostrar lo que hace rato todo el mundo sabe en Cuba? Otros nombres enseñaron credenciales como los camagüeyanos Norge Luis Ruiz, Dayron Varona y Leinier Ricardo, en tanto otros como Jonder Martínez tomaron un segundo aire.
Está por ver hacia el interior de cada conjunto cómo influyeron los “visitantes” en los propios. Está por ver cómo asumieron los territorios la atención a las necesidades de esos hombres, que no puede confundirse con la aceptación o no de la afición. Está por ver qué dejaron otros en los elencos que los asumieron en materia de disposición, motivación, entrega. Sería una buena interrogante para Lázaro Vargas con sus lanzadores tuneros, para Armando Jhonson con su pléyade de bateadores, para Giraldo González que pensó ganar la lotería con Alfredo Despaigne y hasta para Víctor Mesa que terminó renegando de la mentalidad perdedora de los suyos.
Refuerzos aparte, ¿qué tantos talentos descubrió esta campaña? No tantos como queremos o necesitamos.
No creo que haya estimulado la rivalidad al nivel de las expectativas que generó. Si recordamos bien de una fase a otra, los tres primeros equipos mantuvieron sus mismos puestos y la lucha solo se centró por el cuarto lugar de un Villa Clara que ratificó la suerte del último boleto y reivindicó la dinastía de los cuatro grandes.
No magnifiquemos las cosas. El delirio con que los villaclareños celebraron su triunfo no fue menos que el de los avileños cuando disfrutaron el suyo, el de los capitalinos o el de los propios espirituanos hace ya 34 años. No es la estructura la que condiciona el tamaño de la alegría. Fuera del morbo atizado por la rivalidad entre Villa Clara y Matanzas, todos recordamos otros play off más peleados que este en el que los Naranjas resolvieron rápido por la vía del 4-1, sin dejar de reconocer al equipo yumurino, que merece el premio a la combatividad para instalarse por segundo año sucesivo en el estrellato beisbolero a la usanza de su mánager, con la alineación más auténtica de los cuatro clasificados.
No fue tampoco la premiación una joya de espectáculo en medio de un Sandino revuelto, aunque considero menos lógica la idea de sellar la serie con una gala a destiempo en un escenario que no tiene mucho que ver con el béisbol.
Vale ¡al fin! el retorno de Cuba a la Serie del Caribe, justo premio al equipo campéon, al igual que el torneo holandés reservado para el titular del Juego de las Estrellas. Parece también que el béisbol comienza a abrirse al mundo con la inclusión de varios peloteros cubanos en activo en la liga profesional mexicana.
El punto más oscuro, a mi juicio, fue la llamada segunda división, una especie de correcorre improvisado para que más de 200 peloteros de la mitad del país no quedaran a la deriva durante meses, aunque el costo fuese un gasto insustentable de recursos para discutir un noveno lugar. Habrá que sopesar el efecto de un torneo en la motivación de los peloteros, el interés de un público que dejó las gradas vacías y el poco seguimiento mediático.
Soplan aires a favor de “copiar” a otras ligas, incluidas las Mayores, un intento que se visualiza en las trasmisiones televisivas de partidos de estas y retazos de jugadas enlatadas de estas últimas. Mas, insisto. Para Cuba su Serie Nacional tienen una connotación de todos los colores, hasta político. Las fronteras geográficas tienen su línea divisoria en el corazón beisbolero de los cubanos.
No estaría de más evaluar la conveniencia de estirar la primera fase con un campeón nacional auténtico y dirimir una segunda con los ocho primeros y sus refuerzos. Nada empaña el brillo naranja del titulo, pero en el fondo del trofeo no pocos miran a contraluz: ¿hubiese sido igual Villa Clara sin refuerzos?
Otra arista. Para un torneo que se precie de ser la mayor oferta deportivo-cultural de la nación resulta poco seria la diversidad de horarios para los juegos, lo cual mantiene a la afición en ascuas para planificar su disfrute. Habrá que evaluar la conveniencia de adelantar el comienzo de la temporada para octubre si fuera posible, no por la coyuntura de los torneos foráneos, sino por la vida misma de un espectáculo que cada año choca con la lluvia por el alargue de los play off, algo que atenta contra la brillantez de la propuesta por las constantes suspensiones y el peligro de lesiones de los jugadores. Se aprovecharían mejor las bondades del invierno para jugar béisbol, algo que no es nuevo en Cuba.
Otro punto tan negro como sus uniformes resulta el arbitraje. Más de una decisión controversial y evidentemente injusta quedará en el tintero de las dudas. ¿Qué rumbos hubiesen tomado los partidos definitorios Villa Clara-Cienfuegos o Villa Clara-Matanzas de no haber sido por los hombres de negro? Si estos son nuestros mejores árbitros, habrá que reconsiderar entre su capacitación o el reemplazo de algunos.
En la “estrategia de adiestramiento” habrá que dejar pupitres para los mánagers en la conducción y vigilancia de la disciplina, a los atletas por los exabruptos, obscenidades y tontas reclamaciones que opacan nuestra pelota y al público para no confundir alegría con grosería.
Tareas para la casa tenemos periodistas, directores, atletas y directivos por lo que dejaron las conferencias de prensa. A los unos para mejorar la preparación y profesionalidad en el enfoque, calidad y sentido de las preguntas; a los otros, para ganar cultura en la calidad de las respuestas y a los terceros, para ahuyentar la improvisación de una propuesta que avivó el espectáculo y levantó tantas polémicas como el juego mismo.
Si hurga en su manual individual encontrará otras brasas con que atizar el fuego hasta cuando vuelva a darse la voz: ¡a jugar! Búsquelas y trate de socializarlas en alta voz.
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